Hoy que es martes, hace sol y la carga de trabajo del estudio me lo permite, he decidido retomar el blog para poner un poco al día la información de lo que se cuece en esta casa.
He decido titular este entrada con una de las frases atribuidas a uno de los detectives de homicidios más famosos de todos los tiempos (creo que sobran las presentaciones), porque hoy vengo a contaros la historia de una muerte anunciada.
He decido titular este entrada con una de las frases atribuidas a uno de los detectives de homicidios más famosos de todos los tiempos (creo que sobran las presentaciones), porque hoy vengo a contaros la historia de una muerte anunciada.
Como este es un blog de arquitectura, gracias a dios el difunto no es tal y aunque de quien os hablo parece tener los días contados, es necesario reconocer que para adquirir la categoría de difunto primero hay que acceder a la de vivo, y hasta donde yo sé, la arquitectura (aunque nace, crece, se reproduce y muere) todavía no ha adquirido -a día de hoy- dicho status.
El caso es que la semana pasada visitamos una vivienda para valorar su estado de conservación y redactar un posible proyecto de derribo. Se trata de un inmueble abandonado y en un estado de conservación medio-malo que aconseja su demolición para evitar daños a edificaciones colindantes.
Un pena. Siempre nos da pena que el paso del tiempo y la falta de mantenimiento imposibilite una rehabilitación más selectiva que permita recuperar la esencia de las viejas construcciones: conservar la estructura, su distribución original, la carpintería interior (que casi siempre es espectacular), etc.
En este caso y dado el estado de conservación, nuestro cometido es redactar el proyecto de demolición para que ésta se produzca en las condiciones de seguridad necesarias. Pare ello es necesario identificar las características constructivas y estructurales del edificio, sus posibles patologías y la gravedad de los daños.
Haciendo un ejercicio de sinceridad tengo que reconocer que las visitas de inspección a inmuebles abandonados (ya sea porque se van a rehabilitar, o porque como en este caso en necesario proceder a su demolición) es uno de los cometidos en los que -sorprendentemente, y digo sorprendentemente porque quizá ni yo misma me lo esperaba-más disfruto de mi profesión.
Un trabajo que, aunque a priori, no parezca creativo (en el sentido más literal y lúdico de la expresión), en realidad es un ejercicio de racionamiento (de capacidad deductiva e intuición) que al mismo tiempo incentiva la imaginación, siendo estas dos cualidades (raciocinio e imaginación) indispensables para el aprendizaje y desarrollo de la creatividad.
Trataré de explicarme.
Como arquitecto cuando realizas una visita de inspección para identificar las patologías que afectan a un determinado inmueble, el procedimiento a seguir poco difiere del razonamiento científico utilizado en la criminalística forense. Un ejercicio de lógica casi detectivesca que te permite acumular evidencias y desechar posibles sospechosos, hasta que finalmente –y parafraseando al propio Arthur Conan Doyle- "una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca".
Por otro lado, como arquitecto/ser humano con un mínimo de empatía, la intromisión en la privacidad de las arquitecturas ajenas y/o abandonadas siempre tiende a evocar la presencia de los últimos moradores, a preguntarte el porqué del abandono y que historia se esconde detrás de esa ausencia.
Veamos algunos ejemplos.
Recuerdos en un trastero. |
El vigilante de un dintel. |
El llamador de una puerta.
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Comienza el juego, que diría el Sr. Holmes.
Un saludo.
Sra.Farnsworth.
Un saludo.
Sra.Farnsworth.
Lo primero: me alegro mucho de tu vuelta!!!
ResponderEliminarY después que sepas que te entiendo, a mí se me ha encogido el estómago al ver esas fotos que nos muestras, te haces preguntas e inventas las respuestas.