Cuando en 1945, la doctora Edith Farnsworth encargó al arquitecto Mies Van der Rohe - uno de los más famosos y mejor considerados dentro del panorama de la arquitectura internacional del momento - construir un refugio de fin de semana en un parcelita de su propiedad en las inmediaciones del río Fox, cerca de Chicago, no sabía que aquello sería el comienzo de una historia que sería tan larga como controvertida.
El era toda una celebridad y ella estaba fascinada por su talento y personalidad, así que se tiró de cabeza a la piscina de la confianza ciega y se dejó llevar.
Así es, amigos, y cuando se dio cuenta, lo que ella tenía no era un hogar, sino una corriente de pensamiento.
Una hipérbole de modernidad.
Un experimento genial de un arquitecto extraordinario, una obra radical que todavía hoy sigue estando de rabiosa actualidad.
Y aunque han sido muchas las dudas y controversias que se han generado en torno a su habitabilidad, lo que hoy uno puede afirmar sin miedo a despeinarse, es que la casa Farnsworth es a la arquitectura, lo que la alta costura al mundo de la moda, algo absolutamente necesario e imprescindible para su progreso y evolución.
Siguiendo, queridos míos, con esta comparación tan poco ortodoxa, no sería difícil llegar a comprender que la separación entre la desesperación de la Sr. Farnswoth por ubicar el cubo de la basura sin arruinar la imagen de aquel prodigio minimalista y los tropiezos de las modelos en la pasarela cuando van subidas a esos tacones imposibles, no es tan grande como uno en principio podría imaginarse.
Y no es que se pretenda aquí comparar a la eminente doctora con una Natalia Vodianova de la vida, ni mucho menos; pero si las grandes creaciones de la pasarela se adaptan, cuando llegan a tienda, a las necesidades de la calle, y para entenderlas y apreciarlas hay que observarlas desde la perspectiva de la innovación y experimentación… ¿porque en el campo de la arquitectura no sucede lo mismo?
Obviamente, no es objeto de esta pequeña reflexión entrar en debates estériles ,ni echar más leña al fuego de una cuestión que lleva más de 50 años generando libros, artículos y llenando estanterías y webblogs como este.
Lo que resulta verdaderamente interesante de toda esta historia, es que constituye uno de los ejemplos más paradigmáticos de divorcio entre creador y usuario y explicita la eterna dicotomía entre la casa y el hogar, la house y la home, el arquitecto y el habitante.
Juhany Pallasmaa, en su artículo (Identity, Intimacy and domicile. Notes on the Phenomenology of home) define la casa como el contenedor, la capsula y el cascarón que con el paso del tiempo y a base de integrar recuerdos e imágenes, el habitante transformará poco a poco en su hogar, en la manifestación de su personalidad y que posee por tanto una dimensión temporal y continua.
Un hogar no puede crearse de golpe.
Pero … ¿qué pasa cuando la personalidad del arquitecto impera sobre la del habitante y el usuario no puede habitar su casa porque con ello desvirtuaría el concepto de la vivienda ideada por el autor?
Si lo pensamos bien, es quizá en este sentido cuando la exasperación de la señora Farnsworth adquiere ciertas dosis de fundamento:
-Oiga, es esa la casa de la Señorita Farnswoth?
-Amigo, no se equivoque, esta casa es de Mies Van der Rohe.
Y tanto.
La verdad es que la señora Farnsworth pasará a la posteridad como una de las mujeres más conflictivas de la historia de la arquitectura, que descontenta con el resultado final de la obra, dedicó buena parte de su vida a poner verde al arquitecto y a su creación a través de los diferentes medios de comunicación.
Y no es que nosotros pretendamos redimir a nadie, que va, la verdad de toda esta historia es que es mucho más de andar por casa de lo que uno en principio podría imaginarse.
Cuando uno tiene que bautizar un proyecto profesional, tiende a marear bastante la perdiz, y que queréis?.... recurrir al humor nos pereció una buena opción.
Un saludo cordial
La Señora Farnsworth
Benvidas ao mundo :)
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